INFORMACIÓN: El volcán Tambora, en Indonesia, dejó sin verano al norte en 1816

La isla de Sumbawa quedó devastada por la explosión del Monte Tambora.
La isla de Sumbawa quedó devastada por la explosión del Monte Tambora.

Por Antrophistoria / Victoria Mota San Máximo

 

La erupción del volcán Tambora en 1815 tuvo consecuencias desastrosas a nivel mundial. Dejó más de 70000 muertos en el archipiélago y provocó que la niebla, el frío, la nieve y la lluvia se desparramaran por la Tierra, hasta el punto de que en el año 1816, el hemisferio norte se quedó sin verano.

La culpa la tuvo el erupción del volcán indonesio Tambora, en la isla de Sumbawa, cuyo índice de explosividad volcánica fue de nivel 7 (IEV-7), el mayor del que se tienen registros y que no se alcanzaba desde la erupción del Taupo en el 180 d.C. La erupción del Tambora, que había permanecido en reposo durante dos milenios, llenó la atmósfera con más de medio centenar de toneladas de dióxido de azufre, un gas mortal. Por eso, solo en Indonesia, 12.000 personas murieron el 5 de abril de 1815 a causa de la explosión, que se escuchó hasta en la isla de Sumatra, a 2.000 km de distancia. Pesadas cantidades de ceniza volcánica se desplazaron por las islas de Borneo, Célebes, Java y las Molucas, y las muertes provocadas por el volcán ascendieron a 71.000.

 

El dióxido de azufre se desplazó entonces por todo el mundo, creando lo que se conoce como "niebla seca", una niebla perpetua que permitió, durante un año, ver las manchas solares a simple vista. La temperatura global bajó radicalmente. Los atardeceres en Londres estuvieron prendidos en rojo día tras día. La primavera de Canadá y de Estados Unidos no tuvo flores, sino nieve. Las aves morían congeladas en las frías calles de agosto, y los arados se convertían en útiles poco apropiados para cosechar la tierra helada.

 

En Europa llovía a mares, y los relámpagos y los truenos se convirtieron en el pan nuestro de cada día. 1816 vio cómo subía el precio del pan en Francia, cómo las uvas en España no producían vino y los olivos tampoco aceite, vio los campos portugueses echados a perder y los patatales de Alemania más baldíos que nunca. El desenlace lógico fue la emigración hacia donde se pensaba que el tiempo era más clemente, aunque en realidad no lo fuese. Así se llenó Norteamérica de europeos que llegaban a sus tierras muertos de hambre sin saber que los de allí también andaban con la tripa a medio llenar.

 

Pero como no hay mal que por bien no venga, en Suiza, por ejemplo, aquellas irrupciones de torrentes de lluvia y tormenta que invitaban a amontonarse en torno al fuego de la chimenea de agosto, también engendraron en Mary Shelley lo que en un futuro sería Frankenstein. El no poder salir de casa tuvo sus ventajas.

 

Algunos vieron en los atardeceres teñidos de naranja, rojo y morado, abrirse la puerta del infierno. Era la ira de Dios, nada de postal romántica. Pero la explicación de 1816 no se debía a dedos divinos ni a tridentes afilados. Fue la Naturaleza quien tapó la boca del hombre. El volcán de Tambora escupió el dióxido de azufre hasta 43 kilómetros de altura, y se quedó en la estratosfera, recorriendo el planeta durante años.

 

FUENTE: http://www.antrophistoria.com

 

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