OPINIÓN:  El derecho a viajar, a emigrar, a refugiarse.

Frontera de Grecia y ARY Macedonia © Alex Yallop/MSF
Frontera de Grecia y ARY Macedonia © Alex Yallop/MSF

Por Mariano Belenguer

 

El artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice literalmente que “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”; y en su segundo apartado señala que "Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país". A pesar de que hace sesenta y ocho años que se aprobó la Declaración, este derecho solo lo disfrutan los adinerados y los turistas de los países ricos.

 

Desde la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el incumplimiento de muchos de sus artículos ha sido una constante, pero a  Europa siempre se la ha mostrado como adalid de los mismos. A sus gobernantes nunca les ha temblado, ni les tiembla  la voz cuando con un cinismo inconmensurable y una prepotencia injustificada predican, critican y adoctrinan sobre el ejercicio de estos derechos al resto del mundo “incivilizado”.

 

Sin embargo, cierran a cal y canto sus fronteras a todos los que llaman a sus puertas, ya sea por motivos económicos, sociales o políticos. Por si fuera poco, el siguiente artículo de la Declaración apunta que “En caso de persecución toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.”  Recalco esto último: “en cualquier país”

 

Lo que está pasando con los refugiados sirios ya es el máximo del incumplimiento de estos derechos. Las fronteras se cierran con murallas y alambradas; si es necesario echar gases lacrimógenos y balas de goma para frenar a los exiliados, como ocurrió recientemente en Idomeni, se hace y punto. Luego llegarán las declaraciones de gobiernos y autoridades lamentando los hechos. Pero la realidad sigue mostrándose con toda su crudeza en carne de personas avasalladas, heridas, vilipendiadas, fallecidas en su viaje.

 

Me pregunto si aquellos que son los causantes últimos del cierre de las fronteras recuerdan y releen de vez en cuando la Declaración de los Derechos Humanos de 1948.  Se les achaca incompetencia, tal vez; pero lo que son  es cínicos, hipócritas, cobardes, en definitiva vendidos a los intereses más perversos.

 

Solucionar los problemas de los lugares de origen de la emigración es la única solución a medio plazo. Mientras tanto, abrir las fronteras, dejar pasar a los que llaman desesperadamente hambrientos de justicia, de paz y de un poco de bienestar, es la única solución si se quieren  respetar los derechos humanos. Que no los prediquen pretenciosamente aquellos que sistemáticamente incumplen, entre otros muchos, los artículos  que  otorgan a  todos los inquilinos de la Tierra el derecho -usurpado- a moverse por el mundo libremente. 

   

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