OPINIÓN: ¿Viajes Solidarios?

Vista del cielo desde un avión. ©María Sánchez Mellado
Vista del cielo desde un avión. ©María Sánchez Mellado

Por María Sánchez Mellado

 

Se acerca el verano, la gente comienza a tener más tiempo libre y se dedica a pensar en qué invertir  –gastar- ese tiempo. Las opciones son variadísimas. Desde estancias en la ciudad, fin de semanas a la playa, viajes organizados por una agencia de viajes, cruceros… hasta los viajes más alternativos: como ir al aeropuerto sin un destino definido y coger el primer avión que salga, intercambiar casas durante las vacaciones, compartir el hogar con una persona del lugar del destino…  Son infinitas las posibilidades que existen. Una de ella, que está en auge en los últimos años, son los viajes solidarios. La posibilidad de colaborar con una ONG yendo a uno de los destinos donde está trabajando dicha organización para ayudar sobre el terreno. Pero hay que preguntarse si de verdad estos viajes son realmente solidarios. 

Las posibilidades de ayudar son infinitas: construyendo casas o escuelas, ayudando a los niños y niñas, colaborando en la reconstrucción tras un desastre natural… Sin duda una labor necesaria. No lo dudo. El problema es la voluntad de las personas que realizan estos viajes. ¿De verdad les interesa ayudar en el terreno, aprendiendo y enriqueciéndose mutuamente; o solamente quieren satisfacer su curiosidad, lavar su conciencia –para luego dormir mejor-, sentirse bien consigo mismo, presumir  de solidario y colgar sus fotos en las redes sociales.

 

¿De verdad quieren ayudar o sólo viajar de una forma "original" ? Si las personas realizan los viajes solidarios desde la primera perspectiva, tienen toda mi sincera admiración; si, por el contrario, lo hacen movidos exclusivamente por un interés personal, entonces deberían pensar si éticamente están actuando correctamente. Para mí la respuesta está clara.

 

Las ONG que organizan este tipo de viajes no son Agencias de Viajes. Eso hay que tenerlo claro. Y el viaje que se hace no es un viaje cualquiera. Cuando nos planteamos la posibilidad de hacer un viaje solidario debemos hacernos ciertas preguntas: ¿qué pretendo realmente?, ¿qué puedo aportar?, ¿qué sé hacer?, ¿qué es lo que puedo ofrecer a las personas con las que voy a trabajar o en el terreno en el que voy a estar? En función de las respuestas se puede encontrar el destino perfecto para el perfil de la persona que realiza el viaje y el sitio al que va. De tal manera que se produzca una comunión entre ambos –persona y sitio- que repercute positivamente en los dos.

 

Para ello es necesario, que la persona realice ese viaje con la voluntad adecuada. No es un viaje de placer. Allí se va a lo que se va: a colaborar, a participar con nuestro trabajo y aprender lo máximo posible. Eso debe estar claro. Que luego haya tiempos libres en los que relajarse o hacer visitas, eso es otra cosa, pero siempre secundaria.

 

Es mucho lo que las personas pueden aportar. Pero no es conveniente hacer un viaje de este tipo en base a la pregunta de: ¿a dónde me voy este año de vacaciones? De entrada no es un buen planteamiento para lograr los objetivos de lo que debe ser un viaje solidario.

 

En primer lugar hay que saber elegir bien la entidad organizadora. Una cuestión que debe considerar toda ONG que decida implantar un programa de este tipo es tener en cuenta las necesidades de las poblaciones. ¿Realmente la población necesita que vaya gente a construirle una escuela? ¿No es mejor que la ONG se dedique a enseñar a esos habitantes cómo construirlas y darle los medios para conseguirlo? Además, cualquiera que realice estos viajes debe tener el respeto suficiente para tratar con la población autóctona con la que va a entrar en contacto. No hay que ir con la idea norte/sur, desarrollo/subdesarrollo. No. 

 

También existen agencias que te venden unos “viajes” como si fueran solidarios, pero que en realidad no lo son. Te alojan en un hotel con todas las comodidades posibles: cama, comida, baño… en fin, lo normal. Te organizan visitas a determinados sitios uno de los cuales es visitar un pueblo pobre con el que pasas el día, te haces fotos, a lo mejor das una limosna, y vuelves al hotel con la sensación del benefactor. Eso no es un viaje solidario. No es más que un simulacro de solidaridad, una pantomima.

 

Los viajes solidarios ofrecen muchas posibilidades. Pero hay que plantearlos  de la forma adecuada. Si no, se corre el riesgo no sólo de no ayudar a dónde se va, sino también de engañarse a uno mismo.

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