Por Javi Domínguez
Cuando se viaja normalmente es por la curiosidad de conocer el mundo y dejar que nuestros ojos se empapen de lágrimas cuando en
algún paraje nos encontramos con una escena antológica que quedará grabada en la memoria. En ese instante se intenta fotografiar aquella estampa e incluso en la noche se puede llegar a
escribir torpemente algunas líneas porque la escritura se paralizará por la imagen del momento.
Muchos buscan fugarse totalmente convencidos de que en casa ya está todo visto, todo hecho. Cansados de la rutina local se lanzan a la aventura en la que encontrarán muy probablemente situaciones similares a la ciudad que dejaron atrás, incluso peores. Sin embargo, no se darán cuenta embriagados por el subidón de adrenalina. Las nuevas experiencias se suceden pero llega un instante, clave, en el que un sentimiento nostálgico embriaga.
Irremediablemente esa sensación lleva a la búsqueda de la calidez del colchón, el ruido de la cafetería y el olor a pan tostado. Las tapas del bar de la esquina, el silencio de la calle de atrás, el saludo de los amigos, la panadería abierta desde las 7 de la mañana, el bus que se salta la parada, el frío de febrero o la luz de las farolas cuando todo mundo se va a dormir.
Es entonces cuando aparece la rutina olvidada y se piensa en un regreso, a priori, momentáneo. Es entonces cuando aprendemos a echar de menos.
Se vuelve a casa, a pesar de que el viajero siempre tiene casas repartidas por todo el mundo, allí donde el corazón se compungió, y llega el instante en el que se sonríe aceptando los rasgos característicos de la ciudad que nos vio crecer. La idiosincracia permanece latente en algún rincón de nuestra mente y sabemos que rara vez nos sentiremos extraños en casa.
A la vuelta respiramos el mismo aire que dejamos atrás porque la ciudad cambia pero a pasos lentos. Es el viajero el que vuelve a casa convertido, lleno de nueva vida, de cambios sustanciales y habiendo aprehendido que siempre hay unas raíces que a pesar de querer negar en ciertas ocasiones se mantienen ancladas en algún lugar del planeta.
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Selene (jueves, 09 febrero 2012 19:50)
Aún no lo siento, pero sé que en cuanto comience con mi aventura al despedirme de la ciudad y de las personas queridas, comenzaré a extrañar simplemente por el hecho de no estar cerca. Me gustó mucho tu artículo, gracias.