INFORMACIÓN: Argentina grita "¡basta ya de megaminería!"

Por Carmen Ortiz

 

El pueblo argentino se encuentra en lucha, de nuevo un caso en el que el pueblo se tiene que defender de sus propios gobernantes. La Megaminería a cielo abierto destroza sus tierras, contamina sus aguas y envenena a sus habitantes, dañando todo tipo de vida. Los políticos lejos de redactar leyes que protejan la vida argentina, se respaldan en leyes publicadas en los años 90 para seguir invitando a las transnacionales mineras a que arriben en Argentina.

Se llaman minas a cielo abierta a las explotaciones mineras que se desarrollan en la superficie del terreno, a diferencia de las subterráneas, que se desarrollan bajo ella. En Argentina a través de este tipo de minería se busca especialmente oro y plata.

  

Para conseguir la explotación de la mina a cielo abierto, se tienen que utilizar grandes cantidades de explosivo (En Argentina se usa una media de nueva toneladas de explosivos al día) para acabar con los terrones que recubren el yacimiento.

 

Pero no es esta la parte más dañina del procedimiento. Se utilizan enormes bulldozers para mover el terreno. La roca superficial es dinamitada y troceada en pequeñas dimensiones; montañas enteras son convertidas en rocas y luego trituradas hasta lograr pulverizarlas. Para extraer el mineral deseado se mezcla esta roca pulverizada con una sopa química con reactivos como cianuro (10 toneladas al día, sólo en Argentina), mercurio y ácido sulfúrico. 

 

En este proceso se emplean enormes cantidades de agua y energía eléctrica. Una media de 300.000 litros de agua corriente son desperdiciados al día en esta operación, lo que en provincias como La Rioja (Argentina), supone un auténtico desastre.  Si se considera que sólo una tercera parte de la población mundial tiene acceso a agua potable, resulta especialmente doloroso este desperdicio.

 

Aquí no acaba el desastre; muchos litros de esta agua es filtrada y volcada sobre lagos y ríos, agua contaminada con metales pesados y sustancias como cianuro, las consecuencias no cuestan mucho imaginárselas: en ciudades como el Jáchal o Andalgalá los casos de cáncer se han incrementado en un 800%.

  

Las consecuencias son nefastas. Por un lado la contaminación de agua potable por cientos de años, que a su paso va degradando los lugares por donde pasa. Por otro, la polución ambiental con polvo tóxico en el aire y la contaminación acústica a causa de la maquinaria y las explosiones.

 

Como consecuencia, los perjuicios para la salud de la población son enormes, como un extraordinario y anormal  crecimiento del cáncer de vejiga, pulmonar y leucemia, además de enfermedades respiratorias, alergias e intoxicaciones por metales pesados.

 

A todo esto hay que añadir impactos sociales, usurpación y desalojo de tierras habitadas, creación de empleo insalubre, avasallamiento del derecho de la población de vivir en un ambiente sano y el desastre sobre la fauna, la flora y el paisaje.

 

Países como Estados Unidos, Alemania, Australia y Turquía ya prohibieron la minería a cielo abierto. Este problema no es exclusivo de Argentina sino que es compartido por algunos de su vecinos como Uruguay, Chile, Colombia o Perú, pueblos que impotentes ven como se encuentran sometidos a la tiranía de sus dirigentes, que bajo mentiras de empleo o el desarrollo dirigen impunemente y abren sus puertas al veneno de las mineras.

 

El problema  aún podría empeorarse pues el alza internacional del precio del uranio está motivando su búsqueda por todo el territorio argentino. Convenios con la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) con las provincias y las mineras, amenaza extender la explotación uranífera por todo el país.

 

Esta situación lamentablemente corrobora una frase pronunciada por el compositor Utah Phillips: “La tierra no se está muriendo, la están matando y sus asesinos tienen nombre y dirección” .

 

 

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